CARTA A LOS
MAESTROS Y PADRES DE FAMILIA. XVIII
LA
DISCIPLINA Y LA SUPERVISÓN.
Apreciados colegas y amigos
Cuando yo estudiaba primaria la disciplina era muy estricta, quien
infringía una norma o una orden era severamente castigado, los castigos más
frecuentes eran las amonestaciones, comunicarse con nuestros padres para
acusarnos y la palmeta, pero había otros que yo consideraba más denigrantes que
la palmeta, como el mandarlo a uno a pararse de espaldas a un rincón durante
toda la clase, o ponerle orejas de burro cuando no sabía algo. Esos castigos,
afortunadamente, desaparecieron hace bastante tiempo, pero ahora considero que
se ha llegado al extremo opuesto: el de dejar hacer y el dejar pasar sin
ninguna consecuencia. Esto sucede no solo en las escuelas, colegios y liceos,
sino también en muchos hogares y lo peor es que con esta actitud estamos
creando en nuestros alumnos e hijos un sentido de impunidad que se puede
extender durante toda la vida de una persona y los poderes públicos del Estado
la refuerzan al no castigar debidamente a los infractores de la Constitución y
de las leyes de la República.
A nuestros alumnos e hijos debemos corregirlos a tiempo porque
“árbol que crece torcido nunca su tronco endereza”. Pero hay muchos castigos
que no causan daño ni son denigrantes, por ejemplo, con nuestros hijos,
reprenderlos sin insultos ni vejaciones, no dejarlos ir a ver una película,
prohibirles por un determinado tiempo, según el caso, que hagan uso de algo que
les guste, etc.; con nuestros alumnos, reprenderlos como hacemos con nuestros
hijos, aconsejarlos, hacerles ver el daño que han causado o que se han causado
ellos mismos, comunicarnos con sus padres para que colaboren con nosotros en el
mantenimiento de la disciplina y en el aprendizaje de sus hijos, etc.
Algo muy importante es saber ocupar el puesto que nos corresponda
como padres, maestros, hijos o alumnos, respetar para que nos respeten, dar
siempre el buen ejemplo porque no debemos olvidar que, en muchos casos, como
decía el maestro peruano que citamos en otra carta, se hace más con el ser que
con el hacer, y estimular siempre para que sean buenos alumnos y buenos hijos.
En todo caso debemos saber amar porque el amor hace milagros.
En cuanto a la supervisión debemos tener presente que para tener
un buen sistema educativo es indispensable una supervisión bien hecha y
continua, de lo contrario no dispondríamos de una información directa y
permanente sobre lo que sucede en cada institución educativa, ni sobre los
desequilibrios que puedan presentarse entre una y otra región con el objeto de
corregirlos. Además, los supervisores pueden orientar a los directivos y a los
docentes que lo necesiten.
Los supervisores deben ser maestros o profesores que tengan una
trayectoria intachable, suficiente
experiencia docente y que conozcan bien el sistema educativo y las directrices
emanadas del Ministerio de Educación. Deben ser seleccionados por concursos en
los que participen como miembros de los jurados supervisores activos o
jubilados que estén realizando o hayan realizado una buena labor. La selección debe hacerse únicamente por
los méritos de cada concursante y nunca por razones políticas o de amistad.
Pero quien debe actuar como un supervisor permanente en cada
escuela es el director, ya que uno de sus deberes es visitar las aulas para ver
cómo se desarrolla el proceso enseñanza-aprendizaje y orientar a los docentes
siempre que sea necesario. Por esta razón, los directores de los planteles
educativos, al igual que los supervisores, deben ser celosamente seleccionados.
Como padres tenemos la obligación de vigilar a nuestros hijos y
conocer la conducta de sus amistades.
Saludos cordiales de su colega y amigo
Antonio Luis Cárdenas Colménte
alcardenas@cantv.net
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